Era
un árbol, de esos que se quedó sin el verdor que solo la primavera le regala… así
despojado de sus hojas, parecía un hombre desprovisto cuyas ramas tendidas al
cielo parecían manos y dedos extendidos en actitud de pedir algo que calmara su
saciedad y su silencio.
De
pronto, sintió pasos cada vez más cercanos, sintió el temor del árbol añoso que
conoce lo que es un leñador. Pensó en sus ramas secas por el invierno, y en la
hoguera que resuelve el frío del leñador… sintió el miedo, a tal punto que
cerró sus ojos. No había viento, pero sus ramas se movían al compás de su angustia interior.
Pero
lo cierto es que al acercarse más los
pasos, el árbol solo espera el primer
machetazo. De pronto oye silbar y piensa para sus adentros: ¡Un hombre que
silba no puede ser malo, la canción solo brota de un alma generosa! Así que al
entreabrir los ojos, descubre los ojos buenos, la mirada transparente de un
hombre que luego no tarda en presentarse: ¡No tengas miedo, no soy el leñador,
soy un jardinero!
Si
un sistema educativo pretende ser eficaz, debe centrar su atención en el tipo
de relación que el maestro establece.
Pretendo
sugerir la riqueza que brinda una relación personal, la única que provoca un
verdadero encuentro. La única que hace posible que maestro y alumno se integren
en un vínculo rico y fuerte, sano y sanamente creador, transformador.
Es
la relación que comienza por el otro, no por nuestras obligaciones ni por nuestras
necesidades o intereses.
La
relación personal, que es un verdadero encuentro de personas, revela una
capacidad creciente para descubrir mejor al otro y poder ayudarlo desde la
mutua comprensión y aceptación de la realidad humana.
Pues
bien, esta es la relación que hace posible la educación. La única que sabe de
adultez creadora, que sabe del realismo generoso: que los problemas están para ser resueltos, y no para
lamentarse estérilmente, como si fuesen tarea de otros.
Desde
aquí es posible hablar de jardinero como forma de vínculo educativo. Y no
empobrecedoramente de la disciplina impuesta por el leñador.
Para
ser maestro, necesitamos ser jardineros no leñadores. Pero además no se puede
ser maestro sin tener fe en la primavera, ya que la primavera hará brotar
aquello que fuimos capaces de dejar…
“AL
LEÑADOR LE INTERESA LO QUE SE LLEVA. AL JARDINERO LE INTERESA LO QUE DEJA.”