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sábado, 28 de junio de 2014

En las Cárceles: niños, adultos y piojos


Don Bosco conoce a los chicos que en Turín luchan por vivir: Jóvenes albañiles, pequeños obreros y aprendices, limpiachimeneas y chicos en busca de trabajo. No conoce todavía a aquellos que, en esta lucha por la vida, han fracasado ya: Los chicos encarcelados.

En las colinas donde ha crecido, si un chico robaba en una viña, lo gritaban o le daban tal vez un par de cocachos. En la ciudad lo llevaban a la prisión, donde adultos y jóvenes estarán mezclados hasta 1845.

Don Cafasso es uno de los capellanes de las cárceles. Para que Don Bosco comprenda hasta el fondo la realidad de los jóvenes, un día que va a las prisiones lo invita a acompañarlo.

Entran en las cárceles cercanas al Senado. Don Bosco se conmueve al ver por los pasillos oscuros y los muros húmedos, al aspecto triste y escuálido de los detenidos, amontonados en barracones. Experimenta repugnancia y también la sensación de ahogarse. Hay un gran número de “jovencitos de 12 a 18 años. Todos sanos, robustos, de inteligencia despierta. Verlos allí inactivos, comidos por los insectos, faltos de pan espiritual y material, fue algo que me hizo espantar”.

Vuelve otras veces con Don Caffaso y también solo. Intenta hablar con ellos no sólo a través de la obligatoria “escuela de catecismo” que era vigilada por la guardia, sino de tú a tú. Al comienzo las reacciones son ásperas. Debe dejar a un lado los insultos. Pero poco a poco algunos se muestra menos desconfiado y le habla de amigo a amigo.

Don Bosco va conociendo sus pobres historias, su envilecimiento, la rabia que a veces los hace feroces. El “delito” más común es el robo. Por hambre, por deseo de alguna cosa que va más allá de su escaso sustento, y también porque pertenecen a “pandillas” manejadas por adultos y jóvenes. Estos los envían a robar y después se apropian de lo robado.

De aquellos barracones, a veces, Don Bosco no sale “solo”. El barón Blanco de Barbania, que una tarde lo ha invitado a cenar, le descubrió en la espalda un asqueroso piojo. Se separó de él de repente diciendo: “¡Quiero darle de cenar a usted, Don Bosco, pero no a otros!”

Pero desde que ha conocido aquella situación, ni siquiera los piojos logran preocuparlo. Se hace amigo uno a uno de aquellos chicos, y logra arrancarles una promesa: “Cuando salgan de aquí, me vendrán a buscar a la Iglesia de San Francisco. Y yo los ayudaré a encontrar un puesto de trabajo honesto. ¿Prometido?”

Había llegado a la conclusión de que “muchos eran arrestados porque se encontraban abandonados a sí mismo”. Pensaba: “Estos chicos deberían encontrar afuera un amigo que cuidara de ellos, los asistiera, los instruyera y los llevara a la iglesia en los días de fiesta. Entonces quizás no volverían a caer”.


Comunicó este pensamiento a Don Cafasso, y pidió al Señor que le indicara cómo llevarlo a la práctica, “porque sabía que sin su ayuda todo esfuerzo nuestro es vano”.

Fuente: Don Bosco: La Historia de un Cura

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